En una fábrica había un grupo de operarios que eran infelices. Su sueldo era bueno, sus horas de trabajo eran las adecuadas, las condiciones de trabajo eran excelentes. Estos operarios admitían todo eso; no obstante su descontento era marcado. La gerencia estaba perpleja y preocupada. Finalmente, se llamó a un psicólogo industrial. El profesional estudió la situación y descubrió que el problema estaba en los zapatos de los trabajadores. Los operarios tenían que estar de pie por largos períodos de tiempo y sus pies y piernas quedaban extremadamente cansados porque sus zapatos no eran los adecuados para ese tipo de esfuerzo. La fatiga que comenzaba en sus pies se desparramaba por los nervios. Y así cualquier dificultad, por pequeña que sea, se transformaba en un problema serio. La empresa mandó a hacer zapatos especiales y el descontento desapareció.

 

Frecuentemente lo mismo pasa con nosotros. La cosa más simple nos afecta. Un día desagradable nos arruina toda la semana. Una palabra dura pone fin a una amistad. Un mal hábito deteriora un carácter. Una pequeña preocupación da inicio a una cadena de preocupaciones. Un pequeño dolor puede ser amplificado en nuestra mente al punto de transformarse en una enfermedad incurable. Una canilla que gotea puede irritarnos mucho. De hecho, la mayoría de nosotros debemos confesar que logramos hacer que los pequeños contratiempos se tornen en verdaderas montañas.

 

¿Es usted una persona alegre? Se puede tener momentos de alegría originada por la obtención de cosas buenas, de logros merecidos, etc... Pero la verdadera felicidad no depende de las cosas que pasan a nuestro alrededor, ni de los triunfos obtenidos. Ella proviene de fuentes internas de la vida de la persona. Es una actitud de vida basada en una experiencia muy fuerte a nivel espiritual.

 

El famoso apóstol San Pablo estaba encarcelado en Roma, estaba como un águila enjaulada. Habían logrado detenerlo en su misión de llevar las buenas noticias de que en Jesús hay vida abundante, sus enemigos estaban contentos. Pero Pablo, aunque encadenado, había aprendido que la felicidad no depende de las circunstancias que le tocaban vivir, sino de su alma. En esas condiciones le escribió una carta a una Iglesia en la ciudad de Filipos, que puede ser leída en menos de 10 minutos, dieciséis veces les habla sobre la importancia de alegrarse y ser feliz. ¿Cómo un hombre que está en la cárcel, encadenado, puede hablar de felicidad? ¿No sería lógico que su carta estuviera saturada de quejas, protestas, reclamos, pedido de ayuda? ¿Qué pasó en la vida de Pablo que lo hacían un hombre diferente? Un hombre que a pesar de las dificultades seguía siendo feliz. El secreto es que Pablo le había pedido a Dios que se involucre en su historia; había abierto su corazón sinceramente a Dios y lo buscó y lo encontró y Dios le cambió la vida. Dios es la fuente de la verdadera felicidad. Hay un solo camino para llegar a Él. Ese camino es Jesús. Si no eres feliz, te animo a que ores con fe y le pidas a Jesús que perdone todos tus pecados, que intervenga en tu vida, que la cambie al punto de hacer todo nuevo. Y la paz y felicidad indestructible fluirá de tu interior.

 

¡Dios les bendiga!

Amén