Una mañana de domingo el señor A estaba a punto de entrar en el templo de la iglesia de la cual era miembro, y vio que en la calle estaba un hombre pensativo y mirando el templo. El señor A se sintió impulsado a invitar a ese señor, a quien llamaremos B. A fue a invitarlo a entrar en el templo. B contestó: “Casi cuarenta años he vivido en esta ciudad; y, aunque casi todos los negociantes de aquí se han relacionado conmigo, usted es la primera persona que, siendo miembro de una iglesia, muestra algún interés a favor de mi bienestar espiritual.” El señor A dijo que se sentiría muy contento si B lo acompañara; pero B no mostró ningún interés. Entonces A contestó: “Yo también soy hombre de negocios; e invito a usted con la garantía de que si no recibe aquí ninguna bendición, nunca volveré a invitarlo ni a molestarlo de ninguna manera.” El señor B dijo: “Esto es como un contrato. Me conviene. Acepto.” El señor B entró: recibió más de una bendición espiritual; y se convirtió.