¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. - Romanos 7:24-25.
 

La siguiente anécdota tuvo lugar cerca de Detroit (USA), hacia 1930.
 

Un auto Ford estaba detenido al borde de la carretera. Desde hacía rato el conductor con la cabeza bajo el capó, examinaba el motor sin encontrar nada anormal. De repente pasó un vehículo, el cual aminoró la marcha y se detuvo. Un señor de presencia seria descendió, se acercó y le preguntó al automovilista qué le ocurría. -Mi auto tiene una avería y no consigo descubrir su causa -contestó el mismo.
 

El recién llegado recorrió con los dedos las diferentes piezas del motor, verificó un contacto, apretó una tuerca y dijo: -¡Pruebe ahora! Inmediatamente el motor se puso en marcha.
 

-¿Cómo agradecerle, señor?-. ¿Puedo saber su nombre? -Henry Ford -fue la respuesta.
 

No podía haber encontrado más grande conocedor.
 

A veces nos parecemos a esos autos que se hallan parados, por desperfectos, en las rutas de este mundo. Muchas miradas más o menos caritativas procuran ayudarnos sin éxito. Pero Jesús siempre está cerca. Por ser nuestro creador, conoce todas las dificultades por las que pasamos a causa del pecado. 
 

Pero él no se contenta con hacer sólo un examen; quiere que "funcionemos" como hijos de Dios. Y esto no se consigue por medio de un acto de sabiduría, sino por la fe en el sacrificio de Jesucristo, porque se dio a sí mismo por nosotros y cargó con los pecados de los que creen en él.

 

¡Dios les bendiga!

Amén