Orar Sin Cesar

Durante cinco años clamaron a Dios de día y de noche para se hiciera justicia. El veredicto de las autoridades había sido contundente y no menos abrumador: condena a cadena perpetua. De esta manera cerraban el capítulo de una historia que tocó las fibras más sensibles del mundo: la desaparición y muerte de Azaria, una bebita de pocos meses de nacida. ¿El culpable? Un dingo (especie de perro salvaje del desierto de Australia). Sin embargo, su madre Lindy Chamberlain, fue acusada como autora del trágico insuceso, mientras que su esposo Michael, pastor de la iglesia adventista, fue señalado como cómplice intelectual.

Se declararon inocentes pero los investigadores y el propio jurado fueron inflexibles y desestimaron las pruebas que abrían las puertas a corroborar su versión.

Los hechos ocurrieron cuando la joven pareja y sus tres niños hicieron un alto en su tarea pastoral y decidieron pasar unas cortas vacaciones en las proximidades de la roca de Urulú, en el desierto australiano. Amparado en las sombras de la noche, el animal sustrajo a la recién nacida. Sus restos no se encontraron, salvo manchas de sangre.

Y durante cinco años, estos dos cristianos clamaron a Dios. Esperaban en El, aunque lo único que veían eran las paredes frías y desconchadas de una celda... Nada parecía ocurrir...

La respuesta de Aquél que todo lo puede, llegó el día menos esperado. Una prenda de vestir de Azaria fue encontrada en la arena, un kilómetro más allá de donde ocurrió el incidente.

La oración y el poder de Dios

Cuando clamamos, se libera poder de Dios. Si está conforme a su voluntad, los milagros ocurren. ¿Por qué no vemos señales y prodigios? Porque nos conformamos con oraciones de dos minutos y de un solo día, convencidos que ya todo está bien. Dejamos de lado este recurso y, si no vemos respuesta inmediata, es probable que acudamos a otro tipo de ayudas...

Dios espera que su pueblo clame a Él

Imagine la escena: Usted llega a una cafetería atiborrada de clientes. Desea tomarse un cafecito. El propietario del negocio le ve llegar. Sabe que “desea” comprar algo, pero no se acerca hasta no percatarse de una seña de su parte –en la calidad de cliente—y de otro lado, hasta que considere que se ha decidido por algo en particular...

Puedo asegurarle que si no toma la iniciativa de llamar al dependiente, jamás lo atenderán. Es probable que pase todo el día sentado en el mismo lugar sin que nada ocurra...

Igual ocurre con nosotros si no clamamos a Dios. Él lo dijo claramente: “Clama a mi, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”(Jeremías 33:3).

Observe que el proceso encierra dos elementos fundamentales. El primero, pedir. Si lo hacemos con fe, se desencadenará un segundo elemento: la respuesta de nuestro amado Hacedor llega a nosotros.

Pero en las Escrituras encontramos una promesa de mucha significación que debemos tener en cuenta cuando oramos: “Los que miraron a él fueron alumbrados, y sus rostros no fueron avergonzados”(Salmos 34:5).

Dios honra la fe que encierran nuestras oraciones, y por su amor y misericordia no nos dejan quedar en vergüenza.

Ahora cabe aquí una pregunta: ¿Cómo descubrimos la validez de este principio bíblico si no lo ponemos en práctica?.

Perseverar, la clave cuando oramos...

Con frecuencia encuentro personas que atribuyen a Dios la culpa de sus problemas. “He clamado a Dios en todas las formas posibles, pero no responde”, señalan. Sin embargo, en la Palabra encontramos consignada la recomendación de adoptar un verbo clave: “Perseverar”. A esto se refería el Señor Jesús al describir la historia de la viuda y el juez injusto: “También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar.” (Lucas 18:1).

Reviste particular importancia que persistamos. No podemos darnos por vencidos fácilmente. El maestro fue enfático al reafirmar la importancia de insistir: “Acaso no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche?¿Se tardará en responderles?”(Lucas 18:7).

La oración intercesora es esencial

Sobre un pueblo latinoamericano se cernía la amenaza de una inundación de impredecibles consecuencias a raíz del desbordamiento de un caudaloso río. Era viernes y el hombre de nuestra historia residía varios kilómetros arriba, justo en el lugar de la montaña por la que descendía el afluente, por aquel tiempo de invierno convertido en un gigante a punto de despertar. Con suficiente tiempo identificó la inminente tragedia por el progresivo aumento en el nivel de las aguas... Corrió con todas sus fuerzas hasta el caserío para advertirles del peligro.

¡Ese es un intercesor! Alguien que se preocupa no solo de su bienestar sino de quienes le rodean. Dios quiere que asumamos ese papel, como lo advirtió hace más de 2.500 años el profeta inspirado por el Creador: “Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mi, a favor de la tierra, para que no la destruyese, y no lo hallé”(Ezequiel 22:30).

Estamos llamados a interceder a favor de otras personas: familiares, amigos, conocidos. Muchas vidas podrían ser transformadas, sanadas o salvadas sin tan solo les incluyéramos en nuestras oraciones. Sin embargo en ocasiones sólo nos ocupamos de clamar por nuestras propias necesidades, actitud abiertamente egoísta que por supuesto, Dios no comparte.

Oración por sanidad

La oración toca el corazón de Dios y genera su mover poderoso en nuestras vidas y también entre quienes nos rodean. Hacia este objetivo se orienta la recomendación del apóstol cuando escribe: “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo...”(Santiago 5:14, 15).

Observe que, sin especificar que “sólo” se debe orar por algunas dolencias, el autor sagrado recomienda esencialmente pedir en oración. Y esa acción de parte nuestra, desencadena sanidad divina.

Imagine por un instante que los creyentes en Cristo asumiéramos este principio bíblico... ¡Seguramente muchas clínicas y hospitales tendrían que cerrar sus puertas!

Recién ingresé al Seminario Teológico para cursar la formación pastoral, me enviaron a la práctica de misiones a un caserío muy distante de la Costa Pacífica colombiana: San José de Calabazal, en Bocas de Satinga. Sólo entraba una pequeña embarcación una vez por semana. Esto llevó a aquella hermosa comunidad donde residen cristianos sinceros, a volcar todas sus esperanzas en la oración, ante la evidente falta de médicos. Ellos claman y claman y no cesan de hacerlo hasta tanto se sane el enfermo. ¡Esa es la razón por la que entre ellos ocurren milagros!

La oración, esencial en la vida del cristiano...

El apóstol Pablo recomendó que la oración debe ocupar un lugar preponderante en nuestra vida de creyentes: “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17). Quien ora, ve acrecentada su fe y algo más: comienza a incursionar en la dimensión de los milagros.

¿Cuál fue el secreto de los profetas y de los hombres que jugaron un papel protagónico en la historia bíblica? Sin duda una estrecha e íntima relación con Dios mediante la oración.

Recuerde que su andar cristiano puede tomar un nuevo e insospechado rumbo si asume el hábito de hablar con Dios, tal como lo hace al orar.